La tiranía de lo urgente
“Siento que si no estoy haciendo algo, no estoy siendo productiva”, me comentó una joven activista de una organización ambiental hace unas semanas. Pese a su abultada agenda de activismo, estudios, trabajos y su vida social; esta chica en sus tempranos veinte sentía que todo lo que hacía no era suficiente, y esto le generaba angustia.
No es para sorprenderse. Hace tiempo vivimos en un mundo donde ha cambiado la noción del tiempo y lo que hacemos con él. “Tenés un segundo para captar la atención del usuario”, me reveló un experto en marketing digital cuando me proponía ajustar la comunicación de nuestra organización a “lo que quiere ver la gente”. El sentido de propósito había que dejarlo de lado, lo que importaba era obtener que las personas se detengan un instante a mirar un posteo en las redes sociales. Los videos pasaron a ser de un minuto a quince segundos, y los audios de Whatsapp ahora pueden ser acelerados para ahorrarnos tiempo. ¡¿Cómo voy a dedicar un minuto entero a escuchar un audio que otra persona se tomó el tiempo en mandar?!
La tiranía de lo urgente atraviesa no sólo las tecnologías de la comunicación, es un mensaje que se ha consolidado en todos los ámbitos con el afán de ser productivos y eficientes. Esta sensación de falta de tiempo y de urgencia hace estragos en la juventud a nivel mundial, los problemas de ansiedad y depresión vienen en aumento sostenido y según la OMS, el suicidio es la cuarta causa de muerte entre jóvenes de 10 a 19 años. Todo tiene que pasar ya, no hay tiempo que perder, sólo importa ocuparnos de lo urgente y después veremos cómo hacemos con lo demás. El problema es que los humanos no funcionamos así, y las sociedades menos.
Cuando nos acercamos con un grupo de voluntarios en el 2006 a trabajar en una escuela de un barrio vulnerable de Rosario, la comunidad nos recibió con escepticismo. ¿Quiénes son estas personas que no vimos en nuestras vidas, por que querrían ayudarnos, quien les pidió ayuda, que querrán en realidad?, eran parte de los cuestionamientos que recibíamos. A nosotros nos costó entenderlo, pero tenía total lógica. Las personas viviendo en situación de pobreza son las primeras víctimas del clientelismo político y de movimientos que buscan apoyo para sus intereses particulares. Pese al rechazo inicial, la desconfianza, las barreras y los prejuicios que existían, decidimos tomarnos el tiempo de conocernos y construir un vínculo honesto con las familias. ¿Eficiente? Probablemente no, pero la eficiencia no era el objetivo.
“La eficiencia funciona muy bien cuando podés saber con exactitud lo que vas a necesitar. Pero cuando lo distinto aparece, la eficiencia no es más tu amiga” (Margaret Heffernan)
Quizás sea hora de dejar la eficiencia y la productividad a las fábricas, y volver a pensar en nuestro tiempo a escala humana. Seamos honestos: ¿cuántos de nosotros nos tomamos el tiempo de pensar, literalmente? ¿Cuánto dedicamos por día a reflexionar sobre nuestras emociones, ideas, relaciones, proyectos? Tener tiempo para aburrirse, imaginar, para dejar que nuestra mente divague es sumamente necesario para nuestra salud mental, emocional y para nuestro propio proceso de aprendizaje. Cuando estamos relajados y distraídos se liberan distintos químicos que estimulan la creatividad, como la dopamina. Es por eso que a casi todas las personas se nos han ocurrido ideas geniales -y otras no tanto- mientras nos duchamos.
Tardamos cuatro años en ganarnos la confianza y credibilidad de las familias de los barrios donde trabajamos en Rosario. Y fueron cuatro largos años explicando que necesitábamos fondos para construir el capital social -la confianza y credibilidad que tenemos entre las personas- para pasar a una segunda etapa de colaboración. No, el foco no estaba puesto en sumar cientos de jóvenes porque era lo demandado por los sponsors, la eficiencia y la productividad no eran los objetivos, y eso era difícil de entender para un mundo preso de la urgencia. Pero tomarnos el tiempo que necesitábamos era un enfoque sólido, robusto y construía las bases para crear nuevas cosas juntos que tuvieran impacto real.
Por supuesto, tenemos temas urgentes que ocuparnos y el tiempo corre. Pero hagámoslo de forma amable y con nuestro reloj humano, sabiendo que será mejor para nuestra propia salud y para resolver los desafíos que enfrentamos. Y esos, al fin y al cabo, son los objetivos.